Incontables cristianos han pensado que si la ley es espiritual y nosotros somos carnales, no habrá ser humano en esta vida capaz cumplir los requisitos de la ley perfecta. ¿Es esto verdad? ¿Ha sido dada por Dios como la meta ideal, imposible para las almas convertidas las cuales deben luchar pero nunca esperar alcanzar? ¿Hay una cierta reservación oculta o un significado secreto en las muchas ordenes de obedecer las diez grandes reglas de Dios escritas en piedra por él? ¿Dijo en serio Dios lo que quería decir y quiso decir lo que con seriedad dijo?
Muchos creen que solamente Cristo habría podido obedecer esa ley y solamente porque él tenía poderes especiales que no se han puesto a disposición de nosotros. Es verdad que Jesús es el único que vivió sin cometer un acto de desobediencia. Su razón de vivir esa vida perfecta y victoriosa está presentada en Romanos 8:3, 4. “Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.
No confunda la razón por la cual Jesús vino a condenar el pecado con su vida perfecta en la carne propia para que “la rectitud de la ley” se pudiera satisfacer en nosotros. ¿Cuál es esa rectitud? La palabra Griega “dikaima” se utiliza aquí la cual significa, literalmente, “el requisito justo” de la ley. Esto puede significar solamente que Cristo ganó su victoria perfecta para poner la misma victoria a disposición nuestra. Habiendo vencido al diablo, demostrando que en la carne la ley puede ser obedecida, Cristo ahora ofrece entrar en nuestros corazones y compartir la victoria entre nosotros. Solamente por su fuerza y su imparable poder los requisitos de la ley pueden ser cumplidos por cualquier persona. Pablo dijo, “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.” Filipenses 4:13.
No existe ni una sola alma capaz de guardar uno de esos diez mandamientos solamente con el poder humano, pero todos se pueden guardar con la fortaleza que permite Jesús. Él atribuye su rectitud para limpiar e impartir su rectitud para la vida victoriosa. Cristo vino en un cuerpo de carne como el nuestro y dependió enteramente de su padre para vivir su vida y demostrar la clase de victoria que es posible para cada alma que de la misma manera se acerque a la gracia del Padre.